En vivo, Lila Downs intriga (al público casual) y seduce a la vez, pero nunca decepciona.
Intriga porque es alegre, pero reservada. En el escenario se entrega en cada nota pero corporalmente no termina de expresar lo que en su corazón reverbera; su banda, cómplice cercana, la catapulta siempre a lo más alto, desde donde la ecléctica intérprete irradia su poderosa energía codificada en un lenguaje hasta ahora desconocido y seduce con su presencia.
En Acústico: Juanes y Alejandro Sanz "se quedan en casa"
Lo de Lila es un desahogo vocal constante que llega a hipnotizar (La llorona con un dejo de cante jondo, en mixteco y español, por citar un ejemplo). Ahí es donde encuentra su cauce ese torrente de emociones hecho cantante, ganadora de Grammys y reconocida internacionalmente; nacida en Oaxaca con sangre materna indígena y de padre de piel "incolora", de un extremo a otro. Una búsqueda constante de lo que llaman identidad.Así es musicalmente hablando. De una cumbia (dedicada a Celso Piña) pasa a un bolero (Laila) y después incorpora un son veracruzano (La Iguana -sin arpa, pero vibrante) para emocionarse enseguida con un ballenato triste (Los caminos de la vida). Las Américas y Europa conviven en ella como un pez en el agua que no distingue si es dulce o es salada. Es una pasajera en tránsito perpetuo, parafraseando a Charly García.
Sus ofrendas musicales (incluyen héroes presentes y pasados, heroínas de la calle, de la cocina y mártires contemporáneos de varios continentes; 'escúchese' Zapata se queda, Clandestino o Urge). Tampoco olvida a los talentos locales (Ballet Tenochtitlán de Dallas) y se adorna con referencias directas culturales -penachos y huipiles -como señales de profunda mexicanidad, sin saber, ni ella ni nadie, en realidad lo que significa ser mexicano... Ser feliz cuando se puede, eso es tal vez lo más cercano a la mexicanidad.
Empuña en alto una maraca y a veces sus caderas quieren gritar, son movimientos que dicen algo pero a media voz. También se ayuda de sus largas faldas y "le da cierto vuelo a la hilacha". Es una libertad con cautela. Sus grandes ojos también dicen algo, muy abiertos y con un brillo permanente, inquisitivo cuando encuentran un blanco en quien posarse, pero mayormente esquivos. Hay cierta expresión y con eso es suficiente para conquistar corazones y alegrar a su ferviente audiencia que al principio quiere guardar las formas en la Opera Winspear, pero el momento no es para ponerse solemne o reprimir emociones. ¡Viva Mexico! es el grito más recurrente.
El sábado volvió a Dallas como quien regresa a visitar a los familiares que más se quieren. Los que reciben con cariño incluso al que llega sin avisar.
Desde el fenómeno de Como Agua Para Chocolate de Laura Esquivel no se había vuelto a glorificar a nivel masivo la cocina mexicana y Lila lo consiguió con su "Cumbia del mole", sorprendente y contagiosa. En esta ocasión la reservó para el final, en un cierre que nadie quería ver llegar. La velada fue tan exquisita como breve, a decir verdad.
Intriga porque es alegre, pero reservada. En el escenario se entrega en cada nota pero corporalmente no termina de expresar lo que en su corazón reverbera; su banda, cómplice cercana, la catapulta siempre a lo más alto, desde donde la ecléctica intérprete irradia su poderosa energía codificada en un lenguaje hasta ahora desconocido y seduce con su presencia.
En Acústico: Juanes y Alejandro Sanz "se quedan en casa"
Lo de Lila es un desahogo vocal constante que llega a hipnotizar (La llorona con un dejo de cante jondo, en mixteco y español, por citar un ejemplo). Ahí es donde encuentra su cauce ese torrente de emociones hecho cantante, ganadora de Grammys y reconocida internacionalmente; nacida en Oaxaca con sangre materna indígena y de padre de piel "incolora", de un extremo a otro. Una búsqueda constante de lo que llaman identidad.
Así es musicalmente hablando. De una cumbia (dedicada a Celso Piña) pasa a un bolero (Laila) y después incorpora un son veracruzano (La Iguana -sin arpa, pero vibrante) para emocionarse enseguida con un ballenato triste (Los caminos de la vida). Las Américas y Europa conviven en ella como un pez en el agua que no distingue si es dulce o es salada. Es una pasajera en tránsito perpetuo, parafraseando a Charly García.
Sus ofrendas musicales (incluyen héroes presentes y pasados, heroínas de la calle, de la cocina y mártires contemporáneos de varios continentes; 'escúchese' Zapata se queda, Clandestino o Urge). Tampoco olvida a los talentos locales (Ballet Tenochtitlán de Dallas) y se adorna con referencias directas culturales -penachos y huipiles -como señales de profunda mexicanidad, sin saber, ni ella ni nadie, en realidad lo que significa ser mexicano... Ser feliz cuando se puede, eso es tal vez lo más cercano a la mexicanidad.
Empuña en alto una maraca y a veces sus caderas quieren gritar, son movimientos que dicen algo pero a media voz. También se ayuda de sus largas faldas y "le da cierto vuelo a la hilacha". Es una libertad con cautela. Sus grandes ojos también dicen algo, muy abiertos y con un brillo permanente, inquisitivo cuando encuentran un blanco en quien posarse, pero mayormente esquivos. Hay cierta expresión y con eso es suficiente para conquistar corazones y alegrar a su ferviente audiencia que al principio quiere guardar las formas en la Opera Winspear, pero el momento no es para ponerse solemne o reprimir emociones. ¡Viva Mexico! es el grito más recurrente.
El sábado volvió a Dallas como quien regresa a visitar a los familiares que más se quieren. Los que reciben con cariño incluso al que llega sin avisar.
Desde el fenómeno de Como Agua Para Chocolate de Laura Esquivel no se había vuelto a glorificar a nivel masivo la cocina mexicana y Lila lo consiguió con su "Cumbia del mole", sorprendente y contagiosa. En esta ocasión la reservó para el final, en un cierre que nadie quería ver llegar. La velada fue tan exquisita como breve, a decir verdad.