En una noche de luna, Diego El Cigala ofreció un recital de primera categoría en el teatro Majestic de Dallas, con un derroche enorme de carisma y talento.
El intérprete de raíces flamencas más influyente de nuestros tiempos conquistó a chicos y grandes en un escenario discreto, en el que apareció, elegante y risueño, con su pelo largo entrecano, con chongo a la mitad y vistiendo un traje en color beige, sin corbata. Y aunque permaneció mayormente sentado en una silla alta con una mesita a un lado, desde ahí dirigía alegremente a su grupo de músicos: un cuarteto excepcional liderado por un virtuoso pianista, "Jumitus" –Jaime Calabuch, que lo acompaña desde hace más de 20 años, cuentan los especialistas.
El público, que si bien no abarrotó el boletaje del lugar, lo recibió con una reiterativa calidez a la que el español respondió en cada oportunidad.
El consagrado intérprete habló sobre la intersección del bolero y el flamenco en su nuevo disco "Obras Maestras" (aunque por momentos, a simple oído, el ensamble sonaba a un jazz latino exquisito, con las percusiones de Denilson Ibanguer [tumbas] y Diegay de la Rosa [timbales]. En el contrabajo, laborioso y discreto durante toda la jornada estuvo, Julio Valdez).
"Para mí Obras Maestras es como si me hubiese llevado a otro mundo; al mundo de mi infancia, al mundo de mis padres... para mí es una satisfacción tan grande el poder demostrar lo que es, el unir dos mundos, que mucha gente puede decir que no tienen nada qué ver (el bolero y el flamenco) ... Esto va dedicado a ustedes, muchas gracias", afirmó el cantaor.
MOMENTOS. Gitano y encantador, así como sentimental, pero exigente. El Cigala sabe de lo que es capaz y no se olvidó que además de gozar todo lo que podía sobre la tarima, tenía ante sí a un grupo de almas cuyo destino, por momentos, al menos en ese espacio de poco más de dos horas, dependía de la magia de su voz. No lo olvidó y transmitió en su cante todo el lamento del que fue capaz y dejó fluir sus sentimientos, profundizando como de costumbre. También proyectó cariño y respeto por quienes lo observaban en ese retazo de intimidad compartido sin atinar a seguir gritándole piropos o los múltiples ¡ole! en alegres desahogos. A su modo, eran los "quejíos" del respetable.
Para que tanta emoción no se quedara encajonada, en un momento uno de los músicos le pidió a los presentes que se pararan. La respuesta fue inmediata y la fiesta continuó, como si el aroma de la felicidad inundara el lugar. Una especie de embrujo melódico o micro momento de hipnotismo culminó con el sorpresivo grito de un niño que le demostró así su afecto al cantante madrileño, '¡Diego!' Una pareja sentada detrás de la sección más cercana al escenario grababa en sus teléfonos mientras en la carriola, un bebé no tan bebé se quedaba contento escuchando lo que escuchaba: voces y música. Para los grandes eran regalos impagables: "Piensa en mí", "Lágrimas negras", o la insuperable interpretación del clásico de Nino Bravo "Te quiero, te quiero". El bebé sonrió cuando su padre atinó a tomarlo entre sus brazos.
ESTRENO. "Obras maestras" es una colección de temas de Armando Manzanero y Roberto Carlos, entre otros grandes. "Cóncavo y convexo", "Desahogo", "Adoro", desfilan como en un festival de éxitos en una noche sumamente especial, la cual muchos quisieran vivirla con horas extras, un poco más de lo que ya generosamente ha sido alargada por el ibérico que también tiene nacionalidad dominicana.
Lo de El Cigala es sentimiento flamenco puro, sin duda, pero es un fuera de serie (prescindió de la guitarra flamenca, por ejemplo, para la cita y como en muchas otras ocasiones). Colocarlo en la categoría de "World Music" es bastante atinado y justo, pero él, como muchos genios, no admite clasificación. Es un espíritu libre, que sin embargo, se pega unos tragos para impulsar su travesía durante todo el show y así, brinda alegría y muchas otras sensaciones, tan intangibles, que las palabras, ni con un empeño académico logran establecer qué es lo que despide en su cante. Hay que vivirlo para sentirlo.
El intérprete de raíces flamencas más influyente de nuestros tiempos conquistó a chicos y grandes en un escenario discreto, en el que apareció, elegante y risueño, con su pelo largo entrecano, con chongo a la mitad y vistiendo un traje en color beige, sin corbata. Y aunque permaneció mayormente sentado en una silla alta con una mesita a un lado, desde ahí dirigía alegremente a su grupo de músicos: un cuarteto excepcional liderado por un virtuoso pianista, "Jumitus" –Jaime Calabuch, que lo acompaña desde hace más de 20 años, cuentan los especialistas.
El público, que si bien no abarrotó el boletaje del lugar, lo recibió con una reiterativa calidez a la que el español respondió en cada oportunidad.
El consagrado intérprete habló sobre la intersección del bolero y el flamenco en su nuevo disco "Obras Maestras" (aunque por momentos, a simple oído, el ensamble sonaba a un jazz latino exquisito, con las percusiones de Denilson Ibanguer [tumbas] y Diegay de la Rosa [timbales]. En el contrabajo, laborioso y discreto durante toda la jornada estuvo, Julio Valdez).
"Para mí Obras Maestras es como si me hubiese llevado a otro mundo; al mundo de mi infancia, al mundo de mis padres... para mí es una satisfacción tan grande el poder demostrar lo que es, el unir dos mundos, que mucha gente puede decir que no tienen nada qué ver (el bolero y el flamenco) ... Esto va dedicado a ustedes, muchas gracias", afirmó el cantaor.
MOMENTOS. Gitano y encantador, así como sentimental, pero exigente. El Cigala sabe de lo que es capaz y no se olvidó que además de gozar todo lo que podía sobre la tarima, tenía ante sí a un grupo de almas cuyo destino, por momentos, al menos en ese espacio de poco más de dos horas, dependía de la magia de su voz. No lo olvidó y transmitió en su cante todo el lamento del que fue capaz y dejó fluir sus sentimientos, profundizando como de costumbre. También proyectó cariño y respeto por quienes lo observaban en ese retazo de intimidad compartido sin atinar a seguir gritándole piropos o los múltiples ¡ole! en alegres desahogos. A su modo, eran los "quejíos" del respetable.
Para que tanta emoción no se quedara encajonada, en un momento uno de los músicos le pidió a los presentes que se pararan. La respuesta fue inmediata y la fiesta continuó, como si el aroma de la felicidad inundara el lugar. Una especie de embrujo melódico o micro momento de hipnotismo culminó con el sorpresivo grito de un niño que le demostró así su afecto al cantante madrileño, '¡Diego!' Una pareja sentada detrás de la sección más cercana al escenario grababa en sus teléfonos mientras en la carriola, un bebé no tan bebé se quedaba contento escuchando lo que escuchaba: voces y música. Para los grandes eran regalos impagables: "Piensa en mí", "Lágrimas negras", o la insuperable interpretación del clásico de Nino Bravo "Te quiero, te quiero". El bebé sonrió cuando su padre atinó a tomarlo entre sus brazos.
ESTRENO. "Obras maestras" es una colección de temas de Armando Manzanero y Roberto Carlos, entre otros grandes. "Cóncavo y convexo", "Desahogo", "Adoro", desfilan como en un festival de éxitos en una noche sumamente especial, la cual muchos quisieran vivirla con horas extras, un poco más de lo que ya generosamente ha sido alargada por el ibérico que también tiene nacionalidad dominicana.
Lo de El Cigala es sentimiento flamenco puro, sin duda, pero es un fuera de serie (prescindió de la guitarra flamenca, por ejemplo, para la cita y como en muchas otras ocasiones). Colocarlo en la categoría de "World Music" es bastante atinado y justo, pero él, como muchos genios, no admite clasificación. Es un espíritu libre, que sin embargo, se pega unos tragos para impulsar su travesía durante todo el show y así, brinda alegría y muchas otras sensaciones, tan intangibles, que las palabras, ni con un empeño académico logran establecer qué es lo que despide en su cante. Hay que vivirlo para sentirlo.