Lo más hermoso de ser humano es la gran libertad que tiene para meter la pata a su gusto y luego sufrir las consecuencias con una sonrisa cínica al decir: ‘¡ah, sí! Ya sabía que me pasaría eso!'...
Y a pesar de que tendemos a decirnos esto, la mayoría de las veces que cometemos errores estratosféricos, uno no sonríe; al menos en mi caso, uno sufre, uno quiere arrancarse la piel, gritar hasta no tener voz y darse de topes en la pared musitando una que otra palabra altisonante, de ésas que me gustan a mí para aliviar el coraje -pero que mi querida amiga y editora detesta- para después dormir por 48 horas seguidas a ver si así se borra todo lo cometido.
Pero despiertas, y oh sorpresa, la sensación de fracaso sigue ahí, acompañada de un vistazo al espejo polarizado de decepción, de querer saltar por un balcón pero revivir en una semana. Es ahí cuando los artistas tomamos nuestro pincel, nuestras zapatillas de ballet, nuestra guitarra, nuestro lápiz con papel y nuestra soledad. Y sucede la reconciliación de uno con el arte, y entonces, en el primer trazo del dibujo o el arpegio de los dedos en la guitarra ahí está: el primer reproche de tu arte. Dónde has estado, me abandonaste. Me dejaste a medias, la inspiración se cansó de esperarte, vino y te contempló dormido, los ángeles también estaban aquí, pero no los escuchaste, te alejaste de nosotros, y lloramos y nos bloqueaste para seguir tu camino de letargo inventado… por una persona que no valió la pena, por las trivialidades de tu rutina tan humana, tan de esta dimensión.
“Perdóname”, (piensas mientras lloras).
Poco a poco recuerdas lo que era estar enamorado de la vida y de tu arte, entre más te envuelves con ella mejor te vas sintiendo. Ya no estás metido en tu cabeza llena de sufrimiento y problemas, te entregas a tu arte, al proceso de creación, al placer de envolverte en un acorde de piano y cerrar los ojos y sentirlo acariciando tu corazón. Los violines y sus vibraciones, en una frecuencia divinia curando todo lo que esta maltrecho en tu alma, los colores de ese cielo que vas pintando, del que no sabes por qué escogiste ese tono azul, pero es el color favorito de tu angel de la guarda y te lo dijo al oído. La sensación de un "piroutte" como aventándose libre al vacío y el confiar que en el brinco gracioso de la bailarina, se resuelvan sus penas.
Los momentos de creación deberían de ser tan importantes como para que todo el mundo hiciera una pausa y contemplara, maravillado, tu hallazgo. Es así como Dios hizo el mundo, en 7 días, dicen... pintando, cantando, bailando.
Michelle Menache es una cantautora de Ciudad Juárez, Chihuahua. Actualmente reside en Lewisville, cerca de Dallas, Texas.
Y a pesar de que tendemos a decirnos esto, la mayoría de las veces que cometemos errores estratosféricos, uno no sonríe; al menos en mi caso, uno sufre, uno quiere arrancarse la piel, gritar hasta no tener voz y darse de topes en la pared musitando una que otra palabra altisonante, de ésas que me gustan a mí para aliviar el coraje -pero que mi querida amiga y editora detesta- para después dormir por 48 horas seguidas a ver si así se borra todo lo cometido.
Pero despiertas, y oh sorpresa, la sensación de fracaso sigue ahí, acompañada de un vistazo al espejo polarizado de decepción, de querer saltar por un balcón pero revivir en una semana. Es ahí cuando los artistas tomamos nuestro pincel, nuestras zapatillas de ballet, nuestra guitarra, nuestro lápiz con papel y nuestra soledad. Y sucede la reconciliación de uno con el arte, y entonces, en el primer trazo del dibujo o el arpegio de los dedos en la guitarra ahí está: el primer reproche de tu arte. Dónde has estado, me abandonaste. Me dejaste a medias, la inspiración se cansó de esperarte, vino y te contempló dormido, los ángeles también estaban aquí, pero no los escuchaste, te alejaste de nosotros, y lloramos y nos bloqueaste para seguir tu camino de letargo inventado… por una persona que no valió la pena, por las trivialidades de tu rutina tan humana, tan de esta dimensión.
“Perdóname”, (piensas mientras lloras).
Poco a poco recuerdas lo que era estar enamorado de la vida y de tu arte, entre más te envuelves con ella mejor te vas sintiendo. Ya no estás metido en tu cabeza llena de sufrimiento y problemas, te entregas a tu arte, al proceso de creación, al placer de envolverte en un acorde de piano y cerrar los ojos y sentirlo acariciando tu corazón. Los violines y sus vibraciones, en una frecuencia divinia curando todo lo que esta maltrecho en tu alma, los colores de ese cielo que vas pintando, del que no sabes por qué escogiste ese tono azul, pero es el color favorito de tu angel de la guarda y te lo dijo al oído. La sensación de un "piroutte" como aventándose libre al vacío y el confiar que en el brinco gracioso de la bailarina, se resuelvan sus penas.
Los momentos de creación deberían de ser tan importantes como para que todo el mundo hiciera una pausa y contemplara, maravillado, tu hallazgo. Es así como Dios hizo el mundo, en 7 días, dicen... pintando, cantando, bailando.
Michelle Menache es una cantautora de Ciudad Juárez, Chihuahua. Actualmente reside en Lewisville, cerca de Dallas, Texas.