Opinión: Con cada masacre, los inversionistas en armas salen beneficiados

Lastimosamete, en Estados Unidos la noticia de una matanza mensual está a punto de convertirse en una macabra rutina.

Octubre fue el mes de la masacre más sangrienta con 60 muertos y 500 heridos, cuando un tirador, en Las Vegas, desde la ventana de su hotel, empezó a disparar a los asistentes en un concierto al aire libre. Noviembre arrancó con un espectáculo de terror en el que una disputa doméstica llevó a un perturbado mental, exmiembro de la fuerza aérea, asesinar a 26 personas y herir otras 20 en una iglesia rural en Sutherland Springs, un pequeño poblado en Texas, el pasado 5 de noviembre.

La respuesta de los políticos que apoyan la proliferación de pistolas, rifles automáticos, semiautomáticos, de corto y largo alcance es la misma: "Nuestras oraciones están con las víctimas y sus familiares". Y dejan claro que su postura no ha cambiado. Que nadie se atreva a limitar el uso de armas. Al final, no importa si las víctimas fueron niños de preescolar, hombres y mujeres de raza negra en su iglesia; familias de todas las nacionalidades en un concierto, o un grupo de jóvenes, niños y adultos, todos de raza blanca, en medio de sus cánticos a Jesús en los confines de su pequeña iglesia. Nada de esto ha sido suficiente para que los legisladores cambien su postura hermética de protección a los grandes consorcios de armas y consideren alguna regulación. Eso está fuera de discusión. También está fuera de discusión que a cada matanza, a cada masacre le sigue un aumento en la venta de armas de todo tipo, sobre todo en áreas rurales, ante el beneplácito de los grandes inversionistas en este rubro.

Los acontecimientos trágicos del domingo 5 de noviembre demuestran que fácil fue para David Kelley, un perturbado mental, violento que estuvo a punto de matar a su esposa y a su bebé. Despedido por la fuerza aérea, encarcelado por un año, adquirir pistolas y el rifle de asalto de su preferencia: Rueger AR-15 y acabar con la vida de 26 personas la más joven de apenas 18 meses y el mayor de 77 años.

Esta es la realidad del país más poderoso de la tierra cuya población empieza a despertar a una realidad trágica, y que todavía muchos se niegan a aceptar. La verdad es que la mayoría de los políticos que se oponen a cualquier restricción en el uso, distribución y venta de armas de fuego lo hacen por lealtad y obediencia a quienes los sostienen en sus puestos. La organización que vigila con lupa sus movimientos y que tiene el poder económico para sacarlos en caso de que se atrevan a votar contra sus intereses es la poderosa Asociación Nacional del Rifle, y los que están tras ellos, las billonarias manufactureras de armas. Nuestro actual presidente es uno de sus principales apoyadores, así como la mayoría de los congresistas republicanos y algunos demócratas.

Los que se benefician del negocio de las armas han sido lo suficientemente hábiles para convencer a poblaciones enteras en diferentes estados del país, que portar el arma de su agrado, es un derecho constitucional y aquel que imputa ese derecho debe ser considerado un enemigo a vencer.

En ningún otro país es más fácil la adquisición de armas. Basta con ir a una tienda deportiva en busca de una caña de pescar para encontrarse con una sección completa de revólveres y rifles de diferentes estilos y calibres para quienes lo soliciten.

Irónico resulta pensar que la motivación de Kelley para acabar con la vida de tantas personas es el odio que sentía por su exsuegra a quien le envió amenazas vía texto y que sabía su costumbre de congregarse cada domingo en esa iglesia bautista. Ese domingo ella decidió quedarse en casa.

Ante este nuevo hecho sangriento: ¿Qué va a pasar ahora? Nada. Los congresistas republicanos, junto con el Presidente ya cumplieron con enviar sus condolencias a las familias de las víctimas, exhortaron a la oración y se apresuraron a tranquilizar a "sus patrones" la NRA (National Rifle Association.) No habrá cambios en las leyes. Todo sigue igual.

Así, este tipo de tragedias continuará hasta que la gente, mucha de buen corazón, reaccione y se den cuenta de la manipulación que sobre ellos ejercen sus legisladores. Para ellos,  "entre más armas tenga la población, mejor para todos". El resultado indica todo lo contrario.

Alicia Alarcón, periodista radial, conduce un programa de opinión en KBLA-1580 AM en Los Angeles, CA. Es autora de La Migra Me Hizo los Mandados y Revancha en Los Angeles (Arte Público Press).

Octubre fue el mes de la masacre más sangrienta con 60 muertos y 500 heridos, cuando un tirador, en Las Vegas, desde la ventana de su hotel, empezó a disparar a los asistentes en un concierto al aire libre. Noviembre arrancó con un espectáculo de terror en el que una disputa doméstica llevó a un perturbado mental, exmiembro de la fuerza aérea, asesinar a 26 personas y herir otras 20 en una iglesia rural en Sutherland Springs, un pequeño poblado en Texas, el pasado 5 de noviembre.

La respuesta de los políticos que apoyan la proliferación de pistolas, rifles automáticos, semiautomáticos, de corto y largo alcance es la misma: "Nuestras oraciones están con las víctimas y sus familiares". Y dejan claro que su postura no ha cambiado. Que nadie se atreva a limitar el uso de armas. Al final, no importa si las víctimas fueron niños de preescolar, hombres y mujeres de raza negra en su iglesia; familias de todas las nacionalidades en un concierto, o un grupo de jóvenes, niños y adultos, todos de raza blanca, en medio de sus cánticos a Jesús en los confines de su pequeña iglesia. Nada de esto ha sido suficiente para que los legisladores cambien su postura hermética de protección a los grandes consorcios de armas y consideren alguna regulación. Eso está fuera de discusión. También está fuera de discusión que a cada matanza, a cada masacre le sigue un aumento en la venta de armas de todo tipo, sobre todo en áreas rurales, ante el beneplácito de los grandes inversionistas en este rubro.

Los acontecimientos trágicos del domingo 5 de noviembre demuestran que fácil fue para David Kelley, un perturbado mental, violento que estuvo a punto de matar a su esposa y a su bebé. Despedido por la fuerza aérea, encarcelado por un año, adquirir pistolas y el rifle de asalto de su preferencia: Rueger AR-15 y acabar con la vida de 26 personas la más joven de apenas 18 meses y el mayor de 77 años.

Esta es la realidad del país más poderoso de la tierra cuya población empieza a despertar a una realidad trágica, y que todavía muchos se niegan a aceptar. La verdad es que la mayoría de los políticos que se oponen a cualquier restricción en el uso, distribución y venta de armas de fuego lo hacen por lealtad y obediencia a quienes los sostienen en sus puestos. La organización que vigila con lupa sus movimientos y que tiene el poder económico para sacarlos en caso de que se atrevan a votar contra sus intereses es la poderosa Asociación Nacional del Rifle, y los que están tras ellos, las billonarias manufactureras de armas. Nuestro actual presidente es uno de sus principales apoyadores, así como la mayoría de los congresistas republicanos y algunos demócratas.

Los que se benefician del negocio de las armas han sido lo suficientemente hábiles para convencer a poblaciones enteras en diferentes estados del país, que portar el arma de su agrado, es un derecho constitucional y aquel que imputa ese derecho debe ser considerado un enemigo a vencer.

En ningún otro país es más fácil la adquisición de armas. Basta con ir a una tienda deportiva en busca de una caña de pescar para encontrarse con una sección completa de revólveres y rifles de diferentes estilos y calibres para quienes lo soliciten.

Irónico resulta pensar que la motivación de Kelley para acabar con la vida de tantas personas es el odio que sentía por su exsuegra a quien le envió amenazas vía texto y que sabía su costumbre de congregarse cada domingo en esa iglesia bautista. Ese domingo ella decidió quedarse en casa.

Ante este nuevo hecho sangriento: ¿Qué va a pasar ahora? Nada. Los congresistas republicanos, junto con el Presidente ya cumplieron con enviar sus condolencias a las familias de las víctimas, exhortaron a la oración y se apresuraron a tranquilizar a "sus patrones" la NRA (National Rifle Association.) No habrá cambios en las leyes. Todo sigue igual.

Así, este tipo de tragedias continuará hasta que la gente, mucha de buen corazón, reaccione y se den cuenta de la manipulación que sobre ellos ejercen sus legisladores. Para ellos,  "entre más armas tenga la población, mejor para todos". El resultado indica todo lo contrario.

Alicia Alarcón, periodista radial, conduce un programa de opinión en KBLA-1580 AM en Los Angeles, CA. Es autora de La Migra Me Hizo los Mandados y Revancha en Los Angeles (Arte Público Press).