Es decir, cuando se suponía que Estados Unidos debería estar discutiendo temas de mayor relevancia para el beneficio general de la presente y las futuras generaciones en un siglo que prometía dar un paso hacia adelante en lo social, sus autoridades tienen que retroceder varias décadas para analizar y discutir asuntos que parecían superados: la división, el rechazo al otro, el odio, la violencia contra la misma nación y el peligro que corre la democracia ante este renacer xenófobo, racista y antiinmigrante de una buena parte de la sociedad estadounidense.
En ese contexto, nos damos cuenta de que el momento que enfrentamos como nación es crucial. Es cierto que Estados Unidos ha experimentado etapas de división y discordia, como lo fue la Guerra Civil, en la que murieron más de 600 mil personas, más que en todas las guerras donde ha participado este país.
Acontecimientos como la guerra en Vietnam, la sangrienta lucha por los derechos civiles, Watergate, el escándalo Irán-Contras, el juicio de destitución de Bill Clinton, la elección de 2000 decidida por la Corte Suprema a favor de George W. Bush, o la guerra de Irak iniciada por ese presidente con base en pretextos falsos, también generaron división. Y ahora la nación enfrenta un Trumpismo sustentado no tanto en diferencias políticas, sino en falsedades que solamente buscan privilegiar a una “casta” de nacionalistas blancos que no se han adaptado a la natural diversidad en que vive no solo Estados Unidos, sino todo el mundo.
Así, el nivel de virulencia del trumpismo no semeja las diferencias partidistas previas, sobre todo porque ahora el liderazgo republicano en el Congreso y en el país es el mayor aliado de los extremistas, y acogen su mensaje de odio y lo normalizan. La pregunta es por qué ha sido tan contemplativa la sociedad estadounidense ante este avance de un “movimiento” como el Trumpismo, que al parecer será su propia arma de aniquilación, su propio suicidio como país.
Este fin de semana El Nuevo Herald reportó vía Prensa Asociada que cuatro candidatos republicanos a puestos estatales que siguen afirmando que hubo fraude en las elecciones de 2020 dicen que el sistema electoral es "corrupto" e incluso “apuntaron con el dedo hacia fuerzas misteriosas al interior de su propio partido”.
Los candidatos a secretarios de Estado son Mark Finchem, en Arizona; Kristina Karamo, en Michigan; Jim Marchant, en Nevada, y Audrey Trujillo, en Nuevo México.
Es decir, ahora para los fieles a Trump no solo los demócratas “conspiran” para evitar su triunfo, sino los propios republicanos. “Nuestro mayor enemigo es nuestro propio partido”, dijo Marchant, empresario y exlegislador estatal, uno de los más ardientes partidarios de Trump que impugnó la victoria en 2020 del presidente Joe Biden en Nevada, dice el artículo. Ante esto, ¿no es hora ya de que los republicanos se deslinden de toda esa basura desinformativa y vuelvan a ser una verdadera opción política? Su silencio —su inacción— los está conduciendo hacia el fracaso como partido.
Por lo pronto, los demás ya estamos prevenidos sobre lo que puede estar por venir.
En ese contexto, nos damos cuenta de que el momento que enfrentamos como nación es crucial. Es cierto que Estados Unidos ha experimentado etapas de división y discordia, como lo fue la Guerra Civil, en la que murieron más de 600 mil personas, más que en todas las guerras donde ha participado este país.
Acontecimientos como la guerra en Vietnam, la sangrienta lucha por los derechos civiles, Watergate, el escándalo Irán-Contras, el juicio de destitución de Bill Clinton, la elección de 2000 decidida por la Corte Suprema a favor de George W. Bush, o la guerra de Irak iniciada por ese presidente con base en pretextos falsos, también generaron división. Y ahora la nación enfrenta un Trumpismo sustentado no tanto en diferencias políticas, sino en falsedades que solamente buscan privilegiar a una “casta” de nacionalistas blancos que no se han adaptado a la natural diversidad en que vive no solo Estados Unidos, sino todo el mundo.
Así, el nivel de virulencia del trumpismo no semeja las diferencias partidistas previas, sobre todo porque ahora el liderazgo republicano en el Congreso y en el país es el mayor aliado de los extremistas, y acogen su mensaje de odio y lo normalizan. La pregunta es por qué ha sido tan contemplativa la sociedad estadounidense ante este avance de un “movimiento” como el Trumpismo, que al parecer será su propia arma de aniquilación, su propio suicidio como país.
Este fin de semana El Nuevo Herald reportó vía Prensa Asociada que cuatro candidatos republicanos a puestos estatales que siguen afirmando que hubo fraude en las elecciones de 2020 dicen que el sistema electoral es "corrupto" e incluso “apuntaron con el dedo hacia fuerzas misteriosas al interior de su propio partido”.
Los candidatos a secretarios de Estado son Mark Finchem, en Arizona; Kristina Karamo, en Michigan; Jim Marchant, en Nevada, y Audrey Trujillo, en Nuevo México.
Es decir, ahora para los fieles a Trump no solo los demócratas “conspiran” para evitar su triunfo, sino los propios republicanos. “Nuestro mayor enemigo es nuestro propio partido”, dijo Marchant, empresario y exlegislador estatal, uno de los más ardientes partidarios de Trump que impugnó la victoria en 2020 del presidente Joe Biden en Nevada, dice el artículo. Ante esto, ¿no es hora ya de que los republicanos se deslinden de toda esa basura desinformativa y vuelvan a ser una verdadera opción política? Su silencio —su inacción— los está conduciendo hacia el fracaso como partido.
Por lo pronto, los demás ya estamos prevenidos sobre lo que puede estar por venir.