DALLAS -- Los ahorros acumulados en unos 10 años de trabajo fueron el impulso necesario para que a mediados del 2010, Susana Navarrete e Israel García decidieran emprender su propio negocio en un local de servicios de belleza al este de la ciudad, con todo y la fama que tenía de poseer muy poca clientela.
Pero antes de tomar el paso definitivo, durante un año, Susana combinó el trabajo con la escuela, y estuvo a punto de desistir. En el 2009 empezó a tomar clases de cosmetología mientras laboraba en el restaurante Cuquitas."Yo era mesera. Me iba bien, pero ya no era lo que quería, yo buscaba ya trabajar para mí. Entonces empecé a estudiar y seguía trabajando. Estudié como unos ocho meses y al último ya no podía hacer las dos cosas."Le había dicho a mi esposo que ya iba a dejar la escuela de cosmetología. Pero él me dijo, si vas a hacer algo, hazlo bien, dedícate mejor, salte de trabajar y yo te ayudo. Y así fue como terminé la escuela".Su esposo también trabajaba en Cuquitas. Empezó de lavaplatos y después pasó a la cocina."Cuando salió de la escuela, ella insistió en que quería su propio negocio, y surgió la oportunidad, y sólo pensamos en que había que arriesgar", admite Israel.El local lo adquirieron de un dueño anterior que apenas abría dos veces por semana y la sorpresa de esta mexicana, originaria de Guanajuato, fue ver que la gente empezó a acercarse al ver el lugar abierto con más regularidad.Susana empezó a trabajar los siete días de la semana y a veces cerraba hasta después de la medianoche."Mi esposo me ayudaba a cobrar, a atender a la gente pero se la hacía un poco pesado, porque no creímos que nos fueramos a "aclientar" tan rápido", y gracias a Dios así paso".Después de seis meses, tuvo que contratar a una persona para que le ayudara con los cortes de cabello y los tintes, pues los pedidos empezaban a acumularse.Una de esas clientas iniciales, Carla McDonell, sigue hasta la fecha frecuentando el local, porque le gusta el servicio de Good Looks Salon, los precios y la amabilidad con que la atienden."Yo no dejaría que otra persona me haga el cabello", dice McDonell, de raíces puertorriqueñas, en un español débil pero sincero."Sus precios son muy razonables y aunque de verdad no hablo español, aquí siempre el ambiente es muy amigable y de algún modo nos comunicamos", afirma antes de pagar su cuenta.Al cumplir un año en el local, Israel, quien nació en la Ciudad de México, se incorporó a trabajar de tiempo completo. También dejó el restaurante y obtuvo su certificación para hacer cortes."Yo no hacía esto, no lo hacía ni pensaba hacerlo", aclara sonriendo. "Pero ahora tenemos ya barbería y salón".Después de tres años la arriesgada aventura se volvió un negocio familiar."Mi esposo y mi hija la grande (Jazmín) son los que son barberos", dice Susana. "Y la más chica viene los fines de semana y se pone en la caja".Y aunque parece fácil, el panorama sigue ofreciéndoles retos a esta pareja de inmigrantes, que entre 1998 y 1999 se establecieron en Dallas con sus dos hijas pequeñas."Tratamos de hacer mejor el trabajo, de ofrecer los precios un poco más económicos, para que nos siga dando resultados, porque tenemos hasta seis salones más compitiendo por los alrededores", apunta Susana."Lo importante es mantenerse", agrega Israel, quien incluso piensa en hasta montar una sucursal.Su vida ha cambiado. El que no arriesga, no gana.
En la ciudad: Un riesgo que valió la pena
Pero antes de tomar el paso definitivo, durante un año, Susana combinó el trabajo con la escuela, y estuvo a punto de desistir. En el 2009 empezó a tomar clases de cosmetología mientras laboraba en el restaurante Cuquitas.
"Yo era mesera. Me iba bien, pero ya no era lo que quería, yo buscaba ya trabajar para mí. Entonces empecé a estudiar y seguía trabajando. Estudié como unos ocho meses y al último ya no podía hacer las dos cosas.
"Le había dicho a mi esposo que ya iba a dejar la escuela de cosmetología. Pero él me dijo, si vas a hacer algo, hazlo bien, dedícate mejor, salte de trabajar y yo te ayudo. Y así fue como terminé la escuela".
Su esposo también trabajaba en Cuquitas. Empezó de lavaplatos y después pasó a la cocina.
"Cuando salió de la escuela, ella insistió en que quería su propio negocio, y surgió la oportunidad, y sólo pensamos en que había que arriesgar", admite Israel.
El local lo adquirieron de un dueño anterior que apenas abría dos veces por semana y la sorpresa de esta mexicana, originaria de Guanajuato, fue ver que la gente empezó a acercarse al ver el lugar abierto con más regularidad.
Susana empezó a trabajar los siete días de la semana y a veces cerraba hasta después de la medianoche.
"Mi esposo me ayudaba a cobrar, a atender a la gente pero se la hacía un poco pesado, porque no creímos que nos fueramos a "aclientar" tan rápido", y gracias a Dios así paso".
Después de seis meses, tuvo que contratar a una persona para que le ayudara con los cortes de cabello y los tintes, pues los pedidos empezaban a acumularse.
Una de esas clientas iniciales, Carla McDonell, sigue hasta la fecha frecuentando el local, porque le gusta el servicio de Good Looks Salon, los precios y la amabilidad con que la atienden.
"Yo no dejaría que otra persona me haga el cabello", dice McDonell, de raíces puertorriqueñas, en un español débil pero sincero.
"Sus precios son muy razonables y aunque de verdad no hablo español, aquí siempre el ambiente es muy amigable y de algún modo nos comunicamos", afirma antes de pagar su cuenta.
Al cumplir un año en el local, Israel, quien nació en la Ciudad de México, se incorporó a trabajar de tiempo completo. También dejó el restaurante y obtuvo su certificación para hacer cortes.
"Yo no hacía esto, no lo hacía ni pensaba hacerlo", aclara sonriendo. "Pero ahora tenemos ya barbería y salón".
Después de tres años la arriesgada aventura se volvió un negocio familiar.
"Mi esposo y mi hija la grande (Jazmín) son los que son barberos", dice Susana. "Y la más chica viene los fines de semana y se pone en la caja".
Y aunque parece fácil, el panorama sigue ofreciéndoles retos a esta pareja de inmigrantes, que entre 1998 y 1999 se establecieron en Dallas con sus dos hijas pequeñas.
"Tratamos de hacer mejor el trabajo, de ofrecer los precios un poco más económicos, para que nos siga dando resultados, porque tenemos hasta seis salones más compitiendo por los alrededores", apunta Susana.
"Lo importante es mantenerse", agrega Israel, quien incluso piensa en hasta montar una sucursal.
Su vida ha cambiado. El que no arriesga, no gana.